Había un parque en mi ciudad donde el tiempo parecía detenerse. Los bancos, desgastados pero firmes, parecían guardar los secretos de generaciones. Uno en particular, bajo un viejo árbol de jacaranda, era mi refugio cada sábado por la tarde. Allí escribía en mi libreta, dejando fluir palabras que jamás pronunciaría en voz alta. Un día, llegó alguien nuevo. Era una mujer de cabello castaño, piel cálida y ojos que parecían saber cosas que los demás ignoraban. Se sentó en el banco de enfrente, con un libro en las manos. La vi durante semanas, siempre concentrada en sus lecturas, mientras yo hacía garabatos en mi libreta, fingiendo no notar su presencia. Finalmente, reuní el valor para dejar una nota en su banco. Solo decía: "Hola. Me encanta verte leer. ¿Puedo invitarte a un café algún día?" No firmé. La dejé al borde del asiento y me alejé, observando desde la distancia. Al día siguiente, había una respuesta pegada al respaldo del banco: "Hola. He notado tus miradas y me ...